RESTAURACIÓN
Iluminado con una suave luz cenital, el patio en damero nos conduce al taller, donde la luz la ponen los focos artificiales y, cuando toca inspección, una barra de luz ultravioleta, que es como la máquina de la verdad: “Revela todo lo que en superficie no es original. Una firma falsa, por ejemplo”, explica Jesús. En las dos esculturas del Niño Jesús de plomo que hay sobre la mesa muestra su labor de restauración, manchas oscuras sobre la epidermis que se ven profusas. Son un encargo de un empresario encaprichado con estas figuras. “Hoy tienen su valor como antigüedad, pero antes se consideraban ‘low cost’, al ser réplicas en molde de las figuras originales, hechas en madera por Juan Martínez Montañés, un artista clave del barroco sevillano del XVII”, continúa este licenciado en Bellas Artes con especialidad en conservación y restauración. Aclara Pablo que su socio es del plan antiguo y que eso marca la diferencia por su formación en dibujo. Él se presenta como experto en gestión cultural a raíz de sus estudios en Historia del Arte. “Es tan restaurador como yo”, puntualiza Jesús. “Aquí lo importante es el oficio y te puedes imaginar el que tiene él después de más de 10 años en esto juntos”.
La abundancia de conventos en Sevilla –llegaron a existir 96, de los que aún funcionan 16– y la desamortización de Mendizábal dejaron a infinidad de vírgenes y santos sin hogar, lo que provoca que la obra religiosa aflore en el mercado local de forma continuada, con un límite geográfico de cara a la demanda. “Interesa sobre todo de Madrid para abajo”, precisa Jesús, quien no se resigna: “La historia del arte funciona como un péndulo: hay épocas en las que predomina lo recargado y en otras la limpieza formal. Ahora estamos más bien en la segunda, ¿pero será eterna?”. No es en todo caso su único foco. En ese momento restauraban en paralelo una pintura del informalista y cibernético Manuel Barbadillo. Las dificultades en este caso estriban en que, como casi todo lo que se hizo en aquellas épocas de experimentación, a nivel técnico sea de muy baja calidad. Pablo es categórico: “Antes de la modernidad los artistas se preocupaban de que los cuadros vivieran el máximo tiempo posible y por eso usaban los mejores lienzos, bastidores y pinturas que pudieran encontrar. Además de artistas eran artesanos de su oficio”. La calavera incrustada en una de las paredes del estudio parece asentir.
Subimos por la escalera a la primera planta y encontramos en una de sus esquinas otro taller, en este caso reservado para la obra de Jesús. Pintor muy reconocido en Sevilla, su última línea de trabajo son originales biombos en los que estampa floridos dibujos sobre pan de oro. Le fascina la historia de este mueble divisor, que surge del tradicional y flexible ‘biobú’ japonés y sirve en los edificios para separar todo tipo de espacios; los hay incluso bajos para protegerte del viento mientras duermes. Cuando arriban a territorio nipón, los portugueses caen rendidos ante la elegante mampara y se los fabrican para ellos en sintonía con sus gustos “bárbaros”. Hasta el siglo XVII, en el que el país cierra sus fronteras. A partir de ese momento, la imaginación europea corre más libremente para darle forma al biombo y eso ha hecho Jesús: crear sin cortapisas pero con un guiño al estilo original a través de motivos orientalistas y con el uso del pan de oro como base, que por sí solo vale como ornamento; los reflejos de la luz le dan un movimiento hipnótico, haciéndole destellar.
Una planta más y entramos al salón, un gabinete de curiosidades donde se plasma el gusto por el coleccionismo de esta pareja. Les mueve el flechazo y por eso es tan divertido el espacio. Las piezas de artesanía están entre sus favoritas, como un delicado bargueño que enseguida advierten que no se trata de tal cosa. Corrige Pablo: “Se les llamó papeleras o contadores hasta el siglo XIX. En ese momento se les cambia el nombre porque erróneamente se creyó que procedían del pueblo de Barga, en Toledo, que en absoluto tenía el monopolio de su fabricación”. El suyo es de tradición granadina y lo adquirieron en la venta de una casa en un pueblo de Badajoz. Calculan que es de mediados del siglo XVI. “Lo bonito es que combina el estilo renacentista con el mudéjar”, resaltan. Le acompaña una copa de barro albarizo producida por Juan López, el último alfarero de Lebrija, conocida como la “ciudad de los alfareros”… Se la compraron en el propio taller junto a otras más para una intervención en un edificio histórico.
Un poco más allá se apoya sobre la pared otra maceta, pero en este caso es un trampantojo dibujado por Jesús sobre un estuco en toda regla, cocinado por él al baño maría con cola de conejo y yeso. Se nota de nuevo su ascendente italiano, adquirido durante una beca en Florencia como restaurador de patrimonio durante un año. Pero, como decíamos, con ellos siempre hay mucho más. En el salón encontramos también un dragón de porcelana, una cabeza de procedencia ignota, acuarelas en elegantes marcos, una lámpara con pie de coral rojo, retratos de personajes de otra época… Divirtámonos y seamos barrocos, parece ser el lema.
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